Formación

FORMACIÓN: 7ª REFLEXIÓN: “EN VOZ ALTA”
TITULO SEGUNDO
DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA HERMANDAD
REGLA 9ª
Todos los esfuerzos de los hermanos tenderán a conocer a Cristo cada día mejor y a imitarle siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen. Consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y unción del Espíritu Santo, los hermanos se ofrecerán a sí mismo como Hostia viva, santa y grata a Dios, dando testimonio de Cristo en todo lugar.
“En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo”
(Gálatas 3, 27)
Ante todo, os invito a leer despacio y meditar en vuestro corazón esta regla que toca el centro mismo de nuestra fe. Perdonad, esta vez la reflexión es un poco más larga pero veréis el tema lo requiere.
Los hermanos debemos tener muy claro que al afiliarnos a la hermandad nos constituimos en Comunidad Cristiana, porque la identidad de nuestra hermandad, su razón de ser, es estar centrada en la adoración y el reconocimiento de Jesucristo como nuestro Salvador y Redentor: “Donde están dos o más reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos.” Pertenecer a la Hermandad no es afiliarnos externamente a un grupo humano por mera simpatía o tradición familiar o social. Ser hermano de las Aguas tiene que afectarme personalmente en mi ser profundo, pues es una auténtica llamada a convertirme a Jesús y a su proyecto de vida junto a mis hermanos.
El fin de la hermandad es promover la evangelización de sus miembros. Y ser evangelizado es aceptar en nosotros como “buena nueva” existencial, como una experiencia que nos atañe personalmente y cambia el rumbo de nuestra vida, la presencia de Jesucristo. Esto debe emocionarnos agradecidos a todos los hermanos.
El hoy de la Iglesia busca con afán actualizar vitalmente esta visión: “Urge la reforma de la Iglesia buscando su fidelidad al Evangelio de Jesucristo dentro de la nueva situación del mundo”. Es por esto que el 14 de octubre da comienzo el “Año de la fe” que el Papa Benedicto XVI propone a los 50 años de la convocatoria del Concilio Vaticano II, como “una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe”; “la fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él”; “Nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia”. (Porta Fidei, nn. 10, 13) Esta preocupación quedó ya reflejada en un documento conciliar: “Es necesario que todos los miembros de la Iglesia configuren su conducta de modo que Cristo quede formado en ellos” (LG 7) “Volver a Jesucristo” resuena hoy en todos los documentos de la Iglesia y en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, el papa insistió una y otra vez en la necesidad de “estar arraigados y edificados en Cristo”. Toca a nuestra hermandad optar decididamente por esta llamada.
Y esto es así, porque los tres verbos que utiliza nuestra regla 9ª tienen un profundo significado para nosotros: conocer, imitarle, amoldándonos cada día más a Cristo. De ahí que todos los esfuerzos de los hermanos deberán mirar a ello: tender con apasionamiento a configurarnos con Cristo, revistiéndonos de él, haciendo nuestra su vida y su causa, que es la vida y la causa de Dios. Todo entre nosotros debe contribuir a favorecer esta identificación con Cristo, el Viviente, amoldándonos a su ser y a su quehacer. Cristianos somos si nos dejamos alcanzar por el espíritu de Jesús, nos apasionamos por la causa que le motivó a él y tratamos de re-crear su conducta. Esto es lo que significa la fe cristiana. El título II de nuestras reglas: La espiritualidad de la Hermandad, es el medio que tenemos los hermanos para hacer crecer en nosotros nuestra propia identidad cristiana. Y el seguimiento de Jesús es nuestra tarea primordial por encima de todo. Necesitamos reivindicar este núcleo central de nuestra espiritualidad para autentificar verdaderamente nuestra pertenencia cofrade a una Hermandad en Sevilla: “Todos los esfuerzos de los hermanos tenderán a ello”.
¿Cómo favorecer este encuentro personal e ineludible con Jesucristo por parte de los hermanos? ¿Cómo planificar este acercamiento a la fuente y manantial que permite a los hermanos conocer, imitar y amoldarse a Jesucristo y que realmente sea un hecho palpable y vivo y no una mera aspiración o suposición que no arraigue en nosotros?.
La Hermandad cuenta, nos lo recuerda esta misma regla, con una certeza: Los hermanos estamos ya, de hecho, consagrados, es decir, separados y destinados, en nuestro ser y en nuestro actuar, a ser casa espiritual y sacerdocio santo: a ser morada de Dios (por la inhabitación de Espíritu Santo en nosotros) en medio del mundo y a vivirnos en continua ofrenda y dedicación a proyecto de Dios en la tierra. Ser hermano de las Aguas equivale a situarnos en las mismas coordenadas en que Dios está: hemos sido regenerados y ungidos por el Espíritu Santo para ser y vivirnos así.
Lo que sí debe quedar claro para nosotros es que la finalidad de nuestra hermandad es, por encima de todo, favorecer este encuentro vivo con el Señor Jesús, decisivo para nuestras vidas y, por ello, para la vida de la Hermandad. Que suceda en cada uno de los hermanos este hecho fundamental, es lo que va a permitirnos vivirnos como hermandad cristiana, no de nombre sino de verdad. Todo las demás tareas y actividades vendrán como añadidura y serán el fruto, la expresión, la significación de esta verdad primera: “Sin mí no podéis hacer nada” y “todo lo puedo en él que me fortalece”.
Finalmente, nuestra regla nos dice: “los hermanos se ofrecerán como Hostia viva, santa y grata a Dios dando testimonio de Cristo en todo lugar”. Esto significa dejar que pase por nuestro corazón –gracias a la luz y fuerza del Espíritu en nosotros-, la experiencia o espacio interior de Jesús que incluye tres rasgos inseparablemente unidos: la intimidad con el Padre, en quien siempre se puede confiar; el apasionamiento por construir el reino de Dios o fraternidad universal; y la compasión eficaz ante el sufrimiento de los marginados y excluidos de la sociedad. Y es de notar que de los tres rasgos, la intimidad con el Padre fue para Jesús lo que inspiró su apasionamiento por la llegada del reino y la compasión eficaz a favor de los excluidos. La clave está en esto. Podemos afirmar que el porvenir del cristianismo dependerá del crecimiento en esa intimidad con el Padre. Sólo en él encontraremos la fuente para proseguir la causa de Jesús “dando testimonio de él en todo lugar”.
Y es dentro de esta visión en nuestra hermandad como nos aparece la figura de María, nuestra madre Santísima, en tres advocaciones. Porque no debemos olvidar que siguiendo a Jesús, María se siente gratificada por la mirada de Dios y es “la pobre del Señor” entregada totalmente a su proyecto. Ella es el signo para todos nosotros de cómo debemos “poseer y dejarnos alcanzar por el espíritu de Jesucristo”.
A esta altura de nuestra reflexión nacen, entonces, estas preguntas acuciantes: ¿Qué estamos haciendo sus seguidores? ¿hablamos a alguien de Jesús? ¿lo hacemos creíble con nuestra vida? ¿hemos dejado de ser sus testigos? Ya el papa Pablo VI en 1975 formulaba estos mismos interrogantes: “¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís?; hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación; sin andar con rodeos, en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que predicamos” (EN 76).
Javier Bermúdez Aquino
Consiliario de Formación
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FORMACIÓN: 6ª REFLEXIÓN “EN VOZ ALTA”.

TITULO SEGUNDO

DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA HERMANDAD



REGLA 8ª
La fe de los hermanos debe ser basada y alimentada en la Palabra de Dios, en la participación de los Sacramentos, en la fidelidad a la tradición y en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia.


“Quien beba del agua que yo le daré…no tendrá sed jamás”
(Jn 5, 14)

Esta nueva regla da un paso más y muy importante. Para ser “miembros vivos” y “sentirnos” personas que hemos aceptado consciente y libremente a Cristo (regla 7ª)… nuestra fe tiene que alimentarse, tiene que estar bien fundamentada, con raíces profundas en Dios. Dado que la fe no nace espontáneamente ni es fruto de buenas intenciones, sino que nos ha sido dada por Dios en nuestro bautismo, como un verdadero nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 3-5), en el que se nos ha comunicado la Vida de Dios, necesita crecer con nosotros y, como el grano de mostaza (Mt 13, 31), llegar a la plenitud de su formación. Es, pues, un recorrido que todos tenemos que hacer personal y comunitariamente, un camino que tenemos que emprender, un aprendizaje que tenemos que llevar a cabo, como todo lo que es valioso en la vida. Con Jesús en nuestro corazón, habiéndolo aceptado como el centro de nuestro ser, nuestro horizonte y el anhelo más profundo, emprendemos, con él, por él y en él, una vida nueva. Y esta vida tiene que crecer y desarrollarse hasta producir frutos “Os he escogido para que vayáis y deis frutos y frutos abundantes” (Jn 15, 16). Estamos llamados como hermanos de Las Aguas, es decir, como comunidad de cristianos bautizados y miembros vivos de la Iglesia, a ser discípulos y testigos de Jesús y, al igual que los apóstoles en Pentecostés, hemos de aceptar gozosos en nuestra vida la experiencia transformadora, obra y gracia del Espíritu Santo, que comienza dentro de nosotros. (cf. Lc 17, 21).
Es con esta convicción que acogemos como base y alimento primeramente la Palabra de Dios, en la que Dios se dice a sí mismo y nos manifiesta su proyecto de Sanación para toda la humanidad. Palabra de Dios que nos sigue hablando al mundo en la Sagrada Escritura. Necesitamos sumergirnos en la Biblia y rastrear en ella el diálogo amoroso que Dios quiere establecer con nosotros. En ella descubrimos como Jesús, la voluntad de Dios Nuestro Padre y su plan
maravilloso de salvación. Pero no basta enriquecer nuestro interior con su mensaje, saboreándolo y meditándolo… necesitamos apropiarnos de su misma vida íntima que llega a nosotros, habitándonos. “Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). El fin de todo este diálogo amoroso de Dios con nosotros es nuestra divinización, es decir, poder vivir en nosotros la misma Vida que hay en Dios. Es para caer de rodillas y llorar de agradecimiento. “¿Sabéis que sois templos del Espíritu Santo, y que el Espíritu habita en vosotros? (1 Co 3, 16). Son los Sacramentos los que cumplen en nosotros esta gran verdad: derraman en nosotros la Vida misma de Jesucristo, que nos sana y nos eleva a ser como él. Participamos de su Misterio Pascual y quedamos así, limpios e injertados en él y alimentarnos por él para no tener otra pasión en la vida que amarle agradecidos, por morar en nosotros: “Y, vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí”(Gal 2, 20)…”mi vivir es Cristo” (Fil 1, 21) Jesús se nos da como alimento “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida, el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (…) “lo mismo que el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 56-57) Necesitamos estar unidos existencialmente a Jesús -“considerándonos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rm 6, 11)- para poder reflejarlo en nosotros y llenar de vida –la misma vida de Dios- a nuestra Hermandad. “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (…) “el que permanece en mí y yo en él ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 4) Esta advertencia de Jesús es muy clara. Sin este encuentro personal con Jesús, como algo cotidiano y permanente, nuestra vida está vacía y nuestra Hermandad permanece flácida, sin consistencia. La Tradición y el Magisterio de la Iglesia a los que debemos fidelidad en sus enseñanzas, es el desarrollo y la asimilación progresiva a lo largo de los siglos que la Iglesia ha hecho hasta nosotros de esta Verdad que nos sobrecoge: La Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, El Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo están con todos nosotros.
De la fidelidad a Jesús, a su palabra, alimentados con su Cuerpo y la vida de sus sacramentos, nace nuestra fidelidad a la Iglesia, comunidad de la Verdad donde el Espíritu Santo lleva a cabo su obra pedagógica de recordarnos y reavivarnos el Misterio Pascual de Jesús y de llevarnos a todos al conocimiento de la Verdad completa.
No en vano está esculpida en el sagrario de plata de nuestra capilla para recordárnoslo, la escena de la Samaritana y el texto que preside nuestra reflexión de hoy…


Javier Bermúdez Aquino
Consiliario de Formación
 
 
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5ª REFLEXIÓN “EN VOZ ALTA”


“Todos los fieles, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios
de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad
con la que es perfecto el mismo Padre”.

( C. Vaticano II. Lumen Gentium 40 y 42 )



TITULO SEGUNDO

DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA HERMANDAD


Continúo con la reflexión que me propuse acerca de las Reglas, dentro del Programa de Formación. Hasta ahora me he ceñido a comentar los Fines de la Hermandad, que son como el horizonte que nos configura como Hermandad de Las Aguas y tienen la virtud de atraernos a todos hacia la forma de ser que nos corresponde vivir. Ahora, con la ayuda de Dios, me propongo abordar el meollo de mi propuesta formativa: La Espiritualidad de nuestra Hermandad. He elaborado una breve nota sobre el significado de “Espiritualidad” que nos sirva de guía a todas las reglas que contiene este Título Segundo de nuestras Reglas.

* Nota sobre “Espiritualidad”. Tomado etimológicamente de la RAE, viene de “Naturaleza y condición de lo que es espiritual”. Esto hace referencia a lo interior e íntimo que conforma nuestra visión de la vida y que actúa como motor del propio comportamiento. Y referido al título segundo de nuestras reglas, viene a significar, mejor: “Ese conjunto de creencias y actitudes que caracterizan la vida espiritual de una persona o de un grupo de ellas”. Sin perder de vista el primer significado, que asumimos, aquí ya se hace referencia al “espíritu” que, en torno a nuestros Titulares, configura nuestro sentir común de Hermandad de las Aguas. La espiritualidad es, pues, esa predisposición o actitud básica que debe conformarnos a todos los hermanos, desde dentro de nosotros, y que, aceptada y vivida con seriedad y empeño, hará posible la verdad de nuestra fraternidad y el verdadero sentido de nuestras expresiones y manifestaciones cultuales y religiosas. No tenemos que olvidar que somos una “asociación de fieles cristianos”, es decir, una realidad eclesial, una Comunidad Cristiana.





REGLA 7ª
Los hermanos han de sentirse, ante todo, personas que han aceptado consciente y libremente la fe cristiana y que mediante el Bautismo han sido incorporados a Cristo y son miembros vivos de su Cuerpo, que es la Iglesia; siendo partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo.


Esta regla 7ª pone en pie, desde el primer momento, nuestra identidad cristiana. Para ser hermano de Las Aguas hay que confesar explícitamente a Jesucristo como nuestro Dios y Señor. Por nuestro Bautismo hemos sido incorporados, revestidos, arraigados e injertados, (todas ellas expresiones de San Pablo) en Cristo. Es el sacramento que nos abre a la Vida de Dios en nosotros. Por eso, el primer documento que se nos pide para ser hermano es el acta de bautismo, como prueba de nuestro nuevo nacimiento. Pero es importante leer nuestra regla con mucha atención en todas sus palabras. A continuación dice: “…y (por el bautismo) son miembros vivos de su Cuerpo, que es la Iglesia”. Subrayo “vivos” porque no basta únicamente el papel que lo testifica. Nuestra regla dice: “Los hermanos han de sentirse ante todo, personas que han aceptado consciente y libremente a Cristo”. La fe no es algo que se supone –porque estamos bautizados e hicimos la primera comunión, o fuimos a un colegio religioso, o porque mi familia lo es, o porque pertenezco a una sociedad que la profesa, o incluso porque salgo en esta y otras cofradías de nazareno todos los años… La fe, tiene que ser una opción personal consciente y libre, para ser “miembros vivos”. La fe tiene que pasar claramente a través de nosotros, como una experiencia única, implicando todo nuestro ser personal. No es sólo un sentimiento, ni una idea, ni una doctrina, ni un pronto que tenemos…Por eso la palabra escogida por nuestra regla es tan valiosa: los hermanos han de “sentirse”, han de experimentar su fe, han de saborearla. La fe es una experiencia vital que se siente, en la que constatamos vivir una relación real y personal con Dios en y a través de Jesús. Dios para nosotros cristianos es Alguien –así, con mayúscula- con quien establecemos un encuentro personal y dialogante.
Hoy más que nunca nos urge revitalizar nuestro ser cristiano dentro de la Hermandad; sintiendo, experimentando, comprobando y viviendo, con sencillez y espontaneidad, nuestra unión con Jesucristo. Pues es precisamente la experiencia real de nuestra fe, en la oración, en la Eucaristía, en nuestras celebraciones cultuales, en el compartir con los hermanos, en abrirnos a las necesidades de los que sufren… lo que le da calidad a nuestra pertenencia a la Hermandad de Las Aguas y por ello sabernos, de corazón, miembros vivos en la Iglesia.

Al final, esta regla hace una bella y acertada aclaración sobre nuestra participación en la Misión de Jesús como Sacerdote, como Profeta y como Rey: Nos ofrecemos con él (Sacerdote), que es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia, en adoración al Padre y en oración y súplica
por todos los hombres; Nos comprometemos con él, (Profeta) en su tarea evangelizadora, con el anuncio de la Buena Nueva, a tiempo y a destiempo; Nos transformamos con él, (Rey) en verdaderos servidores de nuestros hermanos…

Es así como, configurados con Cristo, viviéndonos en él, hacemos posible que lo que es una realidad y una vivencia en nuestro interior y compartido con el hermanos, aflore hacia fuera y se exprese plenamente en las múltiples tareas y servicios dentro de la Hermandad y en nuestro entorno familiar y social.




Javier Bermúdez Aquino
Consiliario de Formación
 
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FORMACIÓN: 4ª REFLEXIÓN “EN VOZ ALTA”


 “¿De que sirve, hermanos míos, que alguien diga: ‘Tengo fe’, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen de sustento diario, y alguno de vosotros les dice: ‘Idos en paz, calentaos y hartaos’, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (St  2, 14-17)



Regla 4ª
Tercer fin: El ejercicio de la Caridad Cristiana.

            Como en una cascada, este tercer fin de nuestra Hermandad viene a ponernos en guardia: El verdadero culto deberá ser la expresión y manifestación exterior de la vivencia espiritual y verdadera que anida en nosotros, dentro de nosotros, por la sincera conversión a Jesús que se opera en nuestro corazón. Pero a su vez, nuestro amor personal a Dios, la experiencia de su cercanía y amor, deberá redundar en la apertura y entrega amorosa a los hermanos: en el ejercicio de la caridad cristiana.

La caridad, una de las tres virtudes teologales, es el amor mismo de Dios en nosotros y por ella podemos amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y sobre todas las cosas y al prójimo como nosotros mismos. Y es por la fe que nos hacernos participes, de forma gratuita y sorprendente, de la misma vida de Dios, de su propia intimidad. La ruptura entre Dios y nosotros a causa del pecado original, supuso la pérdida de esta relación de cercanía y amistad con Dios. Desde entonces, a lo largo de toda la Historia de la Salvación, Dios, por su gran benevolencia, ha querido restablecer esta unión. Él mismo tomó la iniciativa a través de la historia del pueblo de Israel para aproximarse al hombre y preparar este encuentro audaz e inaudito. En la plenitud de los tiempos, cuando él lo quiso así, nos envió a su propio Hijo para llevar a cabo este encuentro entre su divinidad y nuestra pobre humanidad quebrantada. Detrás de este misterio insólito y asombroso –la Encarnación, Amor que desciende en Jesús de Nazaret y que culminará su entrega total en la Cruz por nosotros- se esconde la realidad misma de Dios, su esencia más íntima y verdadera: Dios es Amor (1 Jn 4, 16), que es su identidad más profunda: dentro de sí vive la comunión más honda que puede existir: la Trinidad Santísima, unión plena y eterna del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.
Dios mismo ha tomado la iniciativa de darnos a conocer y manifestarnos su amor para que nosotros le respondamos de igual manera, amándolo con todo nuestro ser y con todas nuestras fuerzas… -“Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16)-  pero haciéndolo extensivo, como parte de la misma dinámica del amor, a todos los hermanos en humanidad: “mi mandato es que os améis como yo os he amado” (Jn 13, 34; 15,12.17) “en esto sabrán que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 35). Hay pues, un acrecentamiento del mismo amor de Dios que se hace extensivo a través de nosotros a todos los demás, con la advertencia de San Juan: “Si alguno dice ‘amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20.)
           
El ejercicio de la caridad nace, pues, de la misma esencia de nuestra fe. Amar y preocuparnos por los demás brota de forma espontánea de nuestro amor a Jesús y de nuestra fidelidad evangélica, sobre todo donde lo requiera la carencia y necesidad de nuestros hermanos, especialmente los más pobres. Potenciándola, como lo dice expresamente nuestra regla, a los hermanos de la corporación que están necesitados. En estos momentos de crisis económica en que tantos hermanos ven mermado su bienestar hasta límites extremos, es cuando debemos estar más atentos y solícitos. Es llamativo que precisamente ahora, en medio de la zozobra y la angustia de tantos hermanos, nuestra hermandad se haya vinculado al Economato del Casco Antiguo para poder ayudar eficazmente a paliar su situación crítica. A todos nos toca hacer viable y operativo este medio –a través de nuestro hermano Consiliario de Caridad, Luis Carlos Cía -para favorecer a los más pobres y de forma eficiente.

            Para profundizar esta regla, les sugiero la lectura sosegada de dos de las encíclicas del papa Benedicto XVI: Deus Caritas Est (Dios es amor) y Caritas in veritate (La Caridad en la verdad) que, como sus títulos indican, se dedican totalmente a este tema.




Javier Bermúdez Aquino
Consiliario de Formación


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3ª Entrada de Formación. 19/12/11

  “Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Regla 4ª
Segundo fin: Promover la evangelización de sus miembros, mediante la     
                       formación teológica y espiritual.

El término “evangelización” tiene un carácter especial dentro de la Iglesia  pues viene a ser su tarea primordial. “Evangelización” es la acción de anunciar el Evangelio, la Buena Nueva de Jesucristo, por parte de la Iglesia. Su fruto primero es la conversión, que es el reconocimiento de Jesucristo como Salvador, la apertura de todo nuestro ser al Espíritu Santo y la entrega total e incondicional al amor de Dios Padre. Este fue el mandato que los apóstoles y con ellos la Iglesia, recibieron de Jesús resucitado antes de partir: “Id y llevad la Buena Nueva del Evangelio a todas las gentes…” (Mc 16, 15) La evangelización de toda la humanidad en todos los tiempos es la misión fundamental de la Iglesia. Y esta misión esencial tiene que alcanzarnos vitalmente a todos nosotros, personal y comunitariamente. Podemos intuir ya el alcance que tiene esta preocupación de nuestra Hermandad al promover la evangelización de sus miembros.

Podemos constatar de entrada que este segundo fin está profundamente unido al primero. Reconocer y dar gloria y culto público a Dios (fin primero) sólo es posible desde la clara conciencia y reconocimiento de nuestra pertenencia viva y existencial a Cristo Jesús. Si estamos incorporados por nuestro bautismo a la Iglesia y a su misión, necesitamos adquirir la estatura de Cristo en nosotros para que nuestra ofrenda de entrega y de culto a Dios sea plena y verdadera. De ahí la necesidad de que los hermanos estemos conscientemente evangelizados y por ello “arraigados y edificados en Cristo y firmes en la fe” (Col 2, 7).
Ser Hermandad es querer llegar a ser pioneros en la misión de Jesús; Es nuestra característica fundamental y lo que el mundo espera de nosotros: por ello nos urge siempre nuestra incorporación personal a Jesucristo, unidos existencialmente a él, para hacer posible la auténtica hermandad y comunidad de hermanos en él.

Nuestra regla habla de “promover” la evangelización mediante la formación teológica y espiritual: es decir, en el conocimiento y en la experiencia de Dios en nosotros. Urge formar a Cristo en nosotros.
Este es el orden: Necesitamos como hermanos configurar primero nuestra identidad cristiana, formar a Cristo en nosotros y entre nosotros, adquirir la estatura que nos identifique como discípulos de Jesús, seguidores convencidos y fieles a su mensaje. Y sólo después, todo lo demás que deberá ser expresión y consecuencia de este primer momento. Esta fue la preocupación de San Pablo: “¡hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros (Ga 4, 19). Para pertenecer a la hermandad necesitamos adquirir “la forma” de Cristo, del seguidor de Jesús, de manera consciente y clara… entrando juntos en la búsqueda de:
  • quién es Jesucristo –“Y vosotros ¿quién decís que soy yo? (Mt 16, 15),
  • qué quiere de nosotros y
  • qué implicaciones tiene creer y aceptarlo como el Señor de nuestras vidas.

Necesitamos como Hermandad asumir juntos un itinerario de formación cristiana que nos ilumine y nos capacite en nuestra misión; que vayamos descubriendo y experimentando poco a poco, progresivamente, cómo la fe está llamada a hacerse vida en nosotros a lo largo y ancho de nuestra vida. Un itinerario dentro de la Iglesia que es la depositaria de la verdad que nos enseñó Jesús. ”…y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 20).


Formación teológica y espiritual, porque nuestro crecimiento ha de ser integral.
a) Teológica: En el conocimiento, la inteligencia y el significado para  nuestra vida -con la luz del Espíritu Santo (“…el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” [Jn 16, 13])-, de los postulados doctrinales que fundamentan nuestra fe y que recoge el Catecismo de la Iglesia Católica, verdadero compendio de los grandes temas de nuestra fe: 1. La profesión de la fe. 2. La celebración del misterio cristiano.  3. La vida en Cristo.  4. La Oración Cristiana.
b) Espiritual: Y, porque la fe está llamada no sólo a conocerse, como un saber teórico, sino que su finalidad última es que penetremos vitalmente en el misterio cristiano, guiados por la Palabra de Dios y con la luz del Espíritu Santo -“El será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo  lo que os he dicho” (Jn 14, 26)-. Es el Espíritu quien nos hace espirituales al formarnos en la búsqueda interior, saboreando nuestra fe en la comprensión y vivencia profunda del Misterio Cristiano.

En resumen: Nuestra Hermandad, a la hora de presentar sus fines, ha optado por ir a la búsqueda de lo esencial: ayudarnos a los hermanos a crecer y madurar nuestro ser cristiano. ¡Qué importante es que nos tomemos muy en serio nuestra formación cristiana! Tarea  que nunca se termina pues siempre necesitamos actualizarnos en ella.
La hermandad cuenta ya con medios personales y puede ofertar una estructura básica para todos los hermanos que deseen iniciar esta andadura tan urgente hoy en día. Basta con que lo des a conocer en secretaría o me lo digas personalmente.
Hay que crecer y madurar  en el Señor y que, de palabra y de obra, en nuestra vida personal y profesional y a través de nuestras tareas y actividades dentro de la Hermandad… “podamos dar razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3, 15).


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2ª Entrada de Formación. 14/11/11.



2ª REFLEXIÓN “EN VOZ ALTA”

[“EN VOZ ALTA” He querido llamar así el comentario a la Regla que inicio hoy porque, como Consiliario de Formación, deseo que el mensaje que he reflexionado y meditado en mi corazón, pueda llegar al mayor número de hermanos. El lema que me sirve de inspiración en mi servicio a la hermandad, lo tomo prestado de san Pablo a los gálatas: “…hasta ver a Cristo formado en vosotros” (4, 19)].


Mi propósito, como ya dije, es una reflexión continuada del Título Segundo de nuestras reglas: “De la Espiritualidad de la Hermandad”, pero he querido iniciarlo con la Regla 4ª porque esta regla, que sirve de preámbulo, es como la piedra angular de todo el edificio.

REGLA 4ª
Los fines de la Real Hermandad y Archicofradía, como asociación pública de fieles, son dar gloria y culto público a Dios Nuestro Señor y a su Madre Santísima la Virgen María; promover la evangelización de sus miembros, mediante la formación teológica y espiritual, y el ejercicio de la caridad cristiana, potenciándola a favor, en primer lugar, de los hermanos de la Corporación que están necesitados, de las personas necesitadas del barrio en que radique y en general, de todo prójimo que lo precise; participando, además, en los Programas de la Pastoral de la Diócesis y de la Acción Social de la Hermandades y Cofradías de Sevilla.

Fin se le llama al “objetivo o motivo con que se ejecuta algo” (RAE). Si emprendemos una tarea, siempre en ella anida el motivo que nos mueve a llevarla a cabo o el fin que se pretende lograr. Acometemos una empresa poniendo de antemano el objetivo y la meta que deseamos alcanzar, aunque en realidad el fin es lo último que va a aparecer,  como ya lo decía el adagio latino: Sapiens incipit  a fine, et primum in intentione est ultimum in executione, (El sabio comienza considerando el fin, que es lo primero en la intención y lo último en conseguirse).   El fin, que es lo que se va a obtener posteriormente y  viene a ser el logro  y el resultado de nuestro empeño es, a la hora de verdad, el motor y la fuerza que tira de nosotros. De ahí su importancia en toda organización e institución que se pone en marcha. Los fines son en realidad el acicate, el incentivo que nos mueve a obrar y a llevar a cabo lo que nos proponemos. Se le llama también: causa final, porque es lo determinante del obrar humano; de ahí su importancia y la necesidad de tener los fines claros y diáfanos en la mente y el corazón, presidiendo siempre nuestro obrar y proceder.

Nuestra Regla 4ª, después de hablarnos del nombre y sede de nuestra Hermandad (1ª), de describirnos el escudo y la medalla de la misma (2ª), de mostrarnos cómo es el Estandarte y cómo su insignia representativa (3ª), todas ellas realidades y símbolos que nos identifican externamente, acomete, de pronto, el para qué existe nuestra hermandad y qué se propone conseguir con su existencia organizada. A mi entender, creo que esta regla,  como lo será también todo el Título Segundo: La Espiritualidad de la Hermandad, salen al paso como una clara advertencia de lo que hay que tener en cuenta antes que nada y por encima de todo. Los fines de nuestra hermandad, el para qué existe nuestra corporación y qué se propone llevar a cabo, deben estar claros en la consciencia de todos los hermanos. De ello depende el ser o no ser de nuestra hermandad, la razón de nuestra existencia. Y es lo que nos va a caracterizar internamente como hermandad.

Tres fines aparecen claramente expresados en la Regla como los depositarios de nuestra verdadera preocupación de hermanos.

  1. Dar gloria y culto público a Dios Nuestro Señor y a su Madre Santísima la Virgen María.
  2. Promover la evangelización de sus miembros, mediante la formación teológica y espiritual.
  3. El ejercicio de la caridad cristiana.

Hoy vamos a profundizar el primero de ellos.

Primer fin: Dar gloria y culto público a Dios Nuestro Señor y a su Madre
                  Santísima la Virgen María.

Este es un fin que, si lo miramos bien, se identifica claramente con el fin de toda vida cristiana. Somos cristianos porque reconocemos y adoramos a Dios, amándolo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con todo nuestro ser. Y lo hacemos asumiendo su designio benevolente para toda la humanidad y tal como Él nos lo reveló: El plan de salvación llevado a cabo en y por su Hijo Jesucristo,  encarnado en Santa María Virgen por obra y gracia del Espíritu Santo. Así, el corazón mismo de nuestra fe cristiana es Jesucristo, Nuestro Salvador y Redentor y, por ello, Señor Nuestro. Y, con él, ligado a su misión salvífica, está María, su Madre, quien unida con su entrega total a su obra salvadora, es santísima, reconocida y venerada por la Iglesia y que intercede por nosotros. Es este reconocimiento, profunda verdad que cambia de raíz nuestras vidas, lo que nos hace reverenciar a Dios, rindiéndole un culto de adoración y de acción de gracias por su benevolencia y amor. Un culto que está inserto en la vida de la Iglesia, sacramento visible, histórico y universal de la Salvación querida por Dios. Nuestra Hermandad, por ello, dentro de la comunidad universal de la Iglesia es, antes que nada, una comunidad cristiana –en el lenguaje de nuestra regla: asociación pública de fieles-  que quiere para sí esta vocación de adoración y acción de gracias y que quiere, asimismo, proclamarlo externamente y hacerlo público. Nuestro culto –como el de toda la Iglesia- quiere ser un culto que nace de lo profundo de nuestro ser convertido y transformado por el Señor, que nos capacita para presentarnos como hostias vivas y agradables a él, en el ejercicio de nuestra función sacerdotal recibida en nuestro bautismo. Nos dejó dicho Jesús: “Los verdaderos adoradores adoraran a Dios en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23). Culto y adoración serán verdaderos cuando nacen dentro de nosotros por la aceptación interior de la primacía de Dios en nuestras vidas y, por ello, inmersos en la Verdad misma de Dios en nosotros.

Pero, asimismo, el culto, dentro de la Iglesia, tiene sus consecuencias. Si la adoración y el culto son la expresión de nuestro ser cristiano y de la vivencia de nuestra fe, hay también una íntima relación entre el culto y la vida. Relación que va a verificar la autenticidad y el significado profundo del propio culto, porque la prioridad está de parte de la vida. Así, el culto es verdadero si brota de nuestra fe y entrega personal y comunitaria a Dios, pues  la fe y el culto que rendimos a Dios,  se verifica en la vida, en la coherencia entre creer, adorar y ser consecuente con la fe. El culto no tiene, pues, un valor sustantivo, sino un carácter instrumental porque es la manifestación externa de la adoración y agradecimiento personal y comunitario a Dios siendo el culto su expresión jubilosa. Por ello, por su verdad, por su autenticidad, porque refleja lo que realmente sucede dentro de nuestra persona y de nuestra hermandad, nuestro culto será verdadero si nos lleva a vivir nuestra vida desde Dios y a realizar con Él, en nuestra entrega diaria, su proyecto de  salvación. Tiene el culto, como toda la liturgia de la Iglesia, valor y sentido en la medida que expresa, simboliza, actualiza, celebra y anima la adoración, la vida y la salvación. De lo contrario, separado de la vida, sin apertura veraz a Dios, vivido como una realidad aparte y desligada de la vida, podría adquirir un carácter mágico, y ser un ritualismo estético, formalista y vacío.

En resumen: La experiencia íntima de adoración y entrega personal a Dios, se debe reflejar en nosotros con la transformación de nuestra vida;  Sólo así, la gloria y el culto que realizamos en comunión y armonía con los hermanos, a través de la expresión religiosa externa y pública a nuestros titulares a lo largo del año, será un culto y adoración agradables a Dios. Y entonces sí, todos los símbolos y ejercicios que hagamos serán los signos externos de nuestra vivencia cristiana. Necesitamos expresar nuestra fe hacia afuera, necesitamos manifestar y comunicar a los demás lo que bulle dentro de nosotros; Esta es una ley antropológica primordial: hay que decir fuera lo que realmente somos, expresar externamente lo que anida en nuestro corazón; nadie da lo que no tiene. Y en la religión esto es de suma importancia. La gloria y el culto auténticamente religiosos son los que significan y exteriorizan la vivencia íntima de la fe de la comunidad y fraternidad que somos.

“Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad” (Jn 4, 23-24).



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Primera Entrada de Formación.
     
            A todos y cada uno de los hermanos y las hermanas de Las Aguas, un saludo muy afectuoso. Quiero decirles primeramente que, desde mi decisión de formar parte de Junta de Gobierno como Consiliario de Formación, me ha estado rondando la idea de aprovechar mi cargo para reflexionar en voz alta y en profundidad con vosotros, acerca del trasfondo espiritual de nuestra Hermandad.

He estado muy atento a todas y cada una de las tareas y  cometidos que componen el diario quehacer de los hermanos y hermanas, tanto de la Junta como de los que se vuelcan desinteresadamente en servicios y ayudas que hacen posible que nuestra Hermandad esté viva y activa y así cumpla puntualmente con sus cometidos. Es de admirar el cúmulo de iniciativas y la dedicación de cada uno a sus labores concretas, formando entre todos un genial concierto armónico de voluntades. Es precisamente esto lo que me ha llevado a querer aportar desde el área de formación, una reflexión y una búsqueda que nos ayude a no perder la tónica de nuestra armonía, a favorecer el impulso, el buen ánimo y la motivación del servicio que debe impulsar todos los quehaceres y actividades.

Porque ello, es sólo posible, cuando afinamos nuestra atención y lo vivimos todo desde nuestro interior, renovado e iluminado por una fe viva, personal, llena de la presencia de Dios, a quien no dejamos de buscar en ningún momento.

Es sólo posible, cuando redescubrimos de corazón, en lo íntimo de nosotros, que somos hermanos de Las Aguas porque somos hermanos dentro de una comunidad cristiana y, por ello, llamados a reflejar y recrear entre nosotros a las primeras comunidades de creyentes, ansiando  tener un sentir común, un solo corazón y una sola alma.

Mi aportación, hermanos/as, quiere ser un granito de arena a esta búsqueda que tenemos que hacer para que nuestra presencia en Sevilla como hermandad y Cofradía de Las Aguas, sea de verdad la expresión y la transparencia de nuestras vidas –como decía el lema de las JMJ de Madrid- “arraigados en Cristo y firmes en la fe” (Col 2, 7).

¿Y sabéis una cosa? Esto no hay que reinventarlo. Basta con volver nuestra mirada, sosegada y tranquila, a nuestras reglas. Es leyéndolas como he ido encontrando el sentido y la profundidad, que me lleva a proponeros esta iniciativa. Contamos además con este medio de comunicación privilegiado que nos permite el encuentro y la reflexión mutua y con un gran alcance para que todos. Y yo quiero aprovecharlo. Mirad, desde mi meditación y reflexión personal acerca de la espiritualidad de nuestra Hermandad y orando al Espíritu de quien procede toda luz y claridad en nosotros, espero que nos sirva para que volvamos nuestra mirada hacia lo único necesario, hacia la fuente de toda verdad y santidad.

Contamos con una titularidad de nuestra Hermandad de profundo calado espiritual: Santísimo Cristo de las Aguas: “No busquéis el agua en cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (cf Jer 2, 13) “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Jn 7, 37). “El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Jn 4, 14).

Como es un manantial permanente, tenemos que acercarnos continuamente a la fuente de agua viva que está entre nosotros y decirle a Jesucristo desde el centro de nuestro ser, desde el fondo de nuestro corazón, unidos a María en sus tres advocaciones: Nuestra Señor del Rosario, Nuestra Madre y Señora del Mayor Dolor y María Santísima de Guadalupe: “Señor, dame de esta agua para que no tenga sed jamás” (Jn 4, 15).
  
Así, pues, tres cosas.

1.    A lo largo del año me voy a permitir ir comentando en voz alta, una a una, el Título Segundo de nuestras reglas: “DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA HERMANDAD”.

2.    Quiero deciros, además, que como ya lo anuncié en  el último boletín, el plan de formación  para este año está en marcha. Me gustaría que para ir al centro de nuestra fe, a su fuente, se formasen en nuestra Hermandad grupos de reflexión de hermanos y hermanas que quisieran profundizarla de forma progresiva y tranquila y nos ayudara a desentrañar el tesoro que llevamos dentro, y poder así experimentar en nosotros la presencia sanadora de Jesucristo. Si tú quieres iniciar con otros/as hermanos/as este itinerario de búsqueda sencilla pero seria y profunda, comunícalo en secretaria o házmelo saber personalmente. Lo importante es que echemos a andar.

3.    Y, finalmente, la formación sigue abierta o otras múltiples áreas de información y comunicación, tanto religiosas y culturales, de las que se informarán oportunamente.




Fco. Javier Bermúdez Aquino
Consiliario de Formación